19 may 2013

Videla y sus muertes

No puedo, acerca de Videla, pensar a "la muerte" en singular; se impone, de manera aplastante, pluralizarla. Entre tantas cosas que este miserable ser ha sido, quizá le quepa con justicia el apelativo de haber sido un burócrata de la muerte, quien ponía firma y sello a la producción en masa de secuestros, torturas, apropiaciones, asesinatos y desapariciones. Desde su escritorio de burócrata, rodeado de empresarios, dueños de medios y "hombres de Dios", salían tanto los decretos de destrucción de la economía como las consignas del terrorismo de estado que la sustentaban. Por eso, más allá de su uniforme, Videla no ha sido otra cosa que un burócrata fanático y sangriento, el servidor ferviente de un Dios implacable, inmisericorde, brutal. El Dios de Videla, el Dios de la "civilización occidental y cristiana", el de Von Wernich, Tortolo, Quarraccino y tantos otros, divinidad alejada de pobres y débiles, de necesitados, de expulsados, de marginados. Un Dios que exige el "orden" que siempre conviene al poderoso: militar, empresario, dignatario religioso. Un Dios que hace de la injusticia su fe fanática, y de la opresión su catecismo.
Desde este punto de vista decimos que Videla fue, en el fondo, un burócrata fiel, aplicado. Diariamente, su trabajo era sostener ese estado de situación, proveer las muertes necesarias, podríamos decir, sacrificiales, a tal efecto. Muerte en plural, muerte por doquier.
Porque también procuró la muerte del pensamiento, de la rebeldía, de la dignidad. Muerte de las ilusiones, muerte de la libertad. En pleno centro de Buenos Aires reinaba un enorme cartel que, bajo el pretexto de lucha contra la contaminación sonora, advertía: "el silencio es salud". Más claro, imposible.
Ahora asistimos a lo que formalmente se llama la muerte de Videla, que no es otra cosa que la de su cuerpo envejecido y marchito. Ésta es sólo una, la última de las muertes de Videla,  preso condenado en cárcel común, porque ese Videla que había sentido la amenaza en el histórico juicio a las juntas, y que después conjuró con Obediencia Debida, Punto Final e Indultos, ese burócrata de la muerte tuvo una sobrevida hasta el 2003, en donde recomenzó la obra de justicia comenzada en 1985.  A partir de este momento, comienzan a producirse las muertes de Videla: cuando su cuadro es bajado, cuando los derechos humanos no sólo son respetados, sino que se amplían. Videla muere en cada fábrica que se abre, en cada escuela que se funda, en cada nieto recuperado. Videla está condenado a muerte eternamente, porque cada pibe pobre que logre tomar una taza de leche más por día, que esté vacunado y vaya al colegio, dará testimonio de su fracaso. Morirá  por cada joven que se sumerja en la militancia, que discuta ideas; se retorcerá en su tumba ante cada paritaria donde el trabajador luche por sus derechos, y cada 24 de Marzo, donde seguiremos yendo a decir, masivamente, que a pesar de sus intentos, seguimos vivos.