26 mar 2012

APUNTES SOBRE EL 24 EN LA PLAZA

Tardíos quizá para la fecha, estos apuntes obedecen más al tiempo de la maduración de las impresiones, del despliegue de lo sentido, que al del calendario.
Desde 1983 los 24 de Marzo han sido mi cita obligada con la Plaza;  desde 1983 vuelvo a casa con los ojos húmedos de emoción, y me tranquiliza que, 29 años después, eso no cambie.
Hace ya muchos años decidí ir por fuera de las columnas: las primeras marchas, junto al viejo y entrañable P.I., "la patota del doctor", y luego, como un ciudadano más, o solo o acompañado por alguien de mi familia, pero por fuera de las columnas. No por no sentirme parte, porque por demás estoy identificado ideológica y políticamente, sino por considerar al 24 de Marzo como algo que trasciende,  que supera con creces estas dimensiones. Se entiende: voy como ciudadano, como padre e hijo, como esposo, como amigo, como ser humano. 
En tantos años, he visto como esa Plaza se ha ido transfigurando, de ser unos pocos miles en los primeros ochenta, fundamentalmente enrolados en los partidos políticos y organizaciones de DDHH,  a la cada vez mayor afluencia de "gente de a pie", familias enteras, muchos pibes, signo de la fertilidad de la memoria, que se multiplica y se esparce, incontenible.
Recuerdo algunos 24 sombríos,  de reclamos que se desintegraban contra el muro de la impunidad, sostenida por el temor y por la indiferencia de tantos estamentos del poder.  En esos momentos se resistía insistiendo, pero sin atisbos de esperanza. Hoy la situación es muy otra,  porque la justicia, aunque lenta, está operando con la gran cantidad de juicios a los represores. Falta, sí, un enorme camino por recorrer, quizá aún más sinuoso en el caso de los asesinos de traje y portafolio, indudablemente más difícil de vincular que quienes apretaron el gatillo o sostenían la picana.
Pero decíamos que a lo largo de los años hemos visto una metamorfosis en esa plaza del 24, y creo que la novedad es que en ella está apareciendo la alegría. Sí, aunque suene incongruente, en medio de los reclamos y del dolor que se ha sabido manejar, aparece, como una llamita, la alegría, que cualquiera que haya estado allí el sábado podía ver: la alegría de que la vida ha vencido a la muerte, corporizada en todo ese piberío que diciendo presente propinaba la derrota definitiva al terror: están allí, presentes, sea cual sea su partido, sea cual sea su reclamo,  para demostrar que hay un pueblo decidido a marchar hacia su destino. Cantando, bailando, reconociéndose en sus compañeros, dispuestos a seguir luchando por sus ideas, son la perfecta antítesis de lo que los asesinos hubieran querido. Creo que es éste el mejor homenaje que podíamos rendir un 24 de Marzo, simplemente porque los pibes nos vienen a decir que hay futuro.