No suelo escribir en primera persona, quizá por-¿formación o deformación?-, ideológica, que prefiere el “nosotros”, el plural, el que toma en cuenta a los demás, antepuesto al que, paradigma del egoísmo, sólo se refiere al individuo. Paradójicamente, voy (así, secamente, en singular) a relatar lo que sentí hoy, acompañado de mi mujer, con quien estando a punto de compartir 25 años de casados, además de tiempo y amor, compartimos unos cuantos valores éticos, esos que a veces sirven para cosas tan extrañas como, por ejemplo, criar hijos, sin que se conviertan en hijos de puta, sino en buena gente, me ocurrió frente a la pantalla del televisor, repito, en singular, por los sentimientos que suscitó en mí, porque terminó convirtiéndose en una cuestión personal.
Viendo el programa “6,7,8” de Canal 7, que toma su material exponiendo lo que hacen los otros medios, apreció la triste imagen, (como las que suele brindar la mediocridad de Tinelli)de un nuevo producto, que podría definirse como un hijo-de-millonario-hago-lo-quiero-porque-tengo-guita, llamado Fort, disfrazado (porque nunca podría decir caracterizado) nada menos que del Che… y cantando en la ópera-rock Evita.
A pesar de no ser practicante de la religión, en el sentido más pleno que se le pueda asignar, creo que jamás vi algo a lo que se le aplique con mayor justicia el carácter de sacrílego. Y de indigno.
Voy a intentar explicarlo.
En el recorte que se mostraba del programa del mercenario ”Marcelo“, aparecía este personaje ,Fort, más propio de la década de la pizza y el champagne que de la actual, vestido como el Che, cantándole a una Evita que estaba sobre una escenografía más parecida a un castillo que al- por ejemplo- balcón de la Rosada. Por supuesto, este patovica de esteroides estaba con ropa verde oliva, barba y pelo largo, como si eso pudiera hacerlo parecido en algo al Che. Primera entre mil diferencias, el Che era flaco, su fuerza no provenía justamente de los músculos, sino de su indomable espíritu libertario. Su fuerza era su convicción.
Piadosamente no compararé nada más con este pobre infeliz.
Ya las sensaciones corporales iban ganando terreno: a mi esposa se le secó extrañamente la garganta, y a mí se me humedecieron los ojos… ambos hemos sido formados en el Psicoanálisis, y algo hemos visto de las miserias humanas, pero esto nos pareció demasiado. Demasiado.
Si esto llegó en el cuerpo, es porque de algún modo llegó en el alma.
Y si de alma, de espíritu, o como se lo quiera llamar, queremos hablar, el Che no aparecerá por casualidad. Porque, cosa rara si las hay, él convoca –y obliga- aunque no estés de acuerdo en todo, sencillamente porque tuvo la sobrehumana virtud de, como maravillosamente dijo Galeano, hacer lo que decía y decir lo que pensaba. Se hizo cargo de eso nada más ni nada menos que con su propia vida. Por eso duele –es la palabra: duele- ver que se lo quiera reducir a tremendo irrespeto, porque si algo se te debe tributar, Ernesto, es el mayor de los respetos.
En un fragmento de ese pobre espectáculo, Tinelli le dice al infeliz de turno, “está vivo, es el que yo tengo en la remera”.
Sí, Tinelli, está vivo, pero justamente porque está más allá de los que lo quisieran, como vos, encerrado en una remera. Ernesto Che Guevara siguen siendo, por sobre todas las cosas, un espíritu libre. En donde se busque la libertad, será referencia obligada. Vos, en cambio, sos un pobre esclavo del dinero, y, por sobre todas las cosas, un cultor de la miseria y la mediocridad. Nunca podrás ir más allá de tu mezquino destino.
Descanse en paz, Comandante. Usted está más allá de las ideas, usted está entre los ejemplos.
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