Difícilmente exista algo que justifique más rigurosamente el concepto de relatividad que la experiencia de vivir en Argentina hoy: en cuestión de horas, en el Congreso puede pasarse de ser minoría a ser mayoría, y viceversa. Extraños casos, como el de un vicepresidente que es opositor al gobierno que debería integrar, pero que también es opositor a otros opositores de ese mismo gobierno al que se opone, y al que pretende heredar… se entiende, ¿no?
Es decir, abonando más aún el terreno de la relatividad (ruego, en esta metáfora campestre tan cara a los opositores, recordar la materialidad del “abono”) cada fracción del conglomerado opositor va a jugar un rol diferenciado del resto, atendiendo a su mayor o menor probabilidad de ser gobierno en 2011 es decir, como estrategia para captar el voto antikirchnerista, quienes están más lejos en las encuestas juegan al “mayor opositor”, sin importarle mayormente el perjuicio para el país, mientras que quienes miden mejor toman posturas algo más moderadas, porque tampoco quisieran recibir un país en llamas.
Estamos, pues, viviendo en estado permanente de conflicto. Y esto, que en apariencia se presenta como un obstáculo, puede devenir en una herramienta para la transformación.
Partimos de la premisa que la Oposición Completa, es decir, el gran capital concentrado, los dueños de los monopolios del negocio de la comunicación, los sectores católicos más retrógrados, los apologistas de las bestias perversas del 76, los partidos políticos de derecha y las izquierdas funcionales al establishment han creado un relato, un perfil de este gobierno cuyo objetivo es lisa y llanamente el odio. El deseo de los más radicalizados de esta oposición no es derrotar al kirchnerismo, sino aniquilarlo, en tanto obligarlo a renunciar a su esencia, a sus emblemas: quieren llevarlo hacia el ajuste, hacia la represión de la protesta social, hacia “el mercado”.
Pero recordemos que, post derrota del 28/06, y a pesar del modelamiento de la opinión pública operada por las cadenas de medios, el gobierno respondió con contundencia: Estatización de los Aportes Jubilatorios, nacionalización de la línea aérea de bandera, Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, Asignación por la niñez. ¿Qué pasó acá? Surgió algo del orden de lo inesperado, algo que rompió con una linealidad.
Esto es, hay en el kirchnerismo una capacidad disruptiva que lo hace único.
Esta capacidad de ruptura, entre otros factores, se le había vuelto en contra al gobierno cuando involuntariamente creó el Frankenstein de la Mesa de Enlace. Sin desmerecer los cambios en lo económico y social que han tenido los miembros de la Federación Agraria de la pampa húmeda y las zonas agrícolas más privilegiadas, fue el mal manejo del oficialismo quien parió en cierta forma ese hecho político, que le costó, más allá de la derrota propia, el triunfo del relato de la derecha, y la condición de resurrección de varios cadáveres políticos.
Justamente en ese momento, donde entre el tintineo de las copas de champagne la oposición exigía la rendición incondicional, ahí se produjo el segundo momento disruptivo, la ruptura brusca, el reposicionamiento de todos los actores en la escena. Pero fijémonos que no atribuimos la disrupción previa al 28/06 a la oposición, ya sea política o económica, sino también a una intervención fallida del gobierno.
Mientras el discurso de la oposición está en el marco de la repetición, las irrupciones disruptivas reestructuran justamente porque rompen con la repetición, y aportan nuevos elementos. Un buen ejemplo fue lo que pasó días atrás con la convocatoria por Facebook de los seguidores del programa 678 para apoyar al gobierno nacional en Plaza de Mayo: concurrieron varios miles de personas, espontáneamente, personas de clase media, esa que supuestamente odia a los Kirchner. Aquí no importa tanto “la cantidad”, sino la ruptura del relato de clase: no hay solamente negros por el choripan arreados en micros, hay una base social más amplia. Y a pesar de haber sido invisibilizado, trascendió.
Comienza a evidenciarse el agotamiento del relato de la derecha, una a una van cayendo las máscaras: ellos, campeones del “consenso” no logran articular internamente acuerdos mínimos, emergen las ambiciones personales, se exhibe una alarmante falta de proyectos (lo que hace pensar que se los harán llegar de otros lados…)
Pero el kirchnerismo no puede quedarse quieto: hay que seguir pugnando por construir ese poncho que nos cobije, esa transversalidad con ideas, con militancia, con diversidad. Me animo a decir que se está construyendo, y que llegado el momento constituirá otra ruptura, otro tablero. Y hay que seguir con más actos de gobierno, con más inclusión social, con más pibes que coman, se curen y se eduquen, y con sus padres que los saluden cuando vuelven de laburar. Es éste el relato que queremos proponer, uno que contenga la dignidad, la solidaridad, la justicia social, y, aunque suene cursi, la felicidad de nuestro pueblo.
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