Sepan disculpar: cuando no se escribe nada durante meses, porque no hay un tema que convoque con suficiente fuerza, suele pasar que luego las palabras se atropellen por salir. Este es el caso. Y no está mal re-comenzarlo por este lado, que es el lado del deseo. En efecto, es la característica por excelencia del deseo humano la insatisfacción, y el re-lanzamiento del proceso.
Y el tema que nos ocupa no es en absoluto menor, no por darle una consideración tan elevada a la cuestión intelectual en sí, porque al cabo, su influencia real seguramente es más modesta de lo qq que l que aparenta, porque en el fondo, lo que más nos importa, es qué posición tomamos frente frente al saber, y, punto omitido en lo escrito anterior, el nudo de la cosa : para qué.
En el post scriptum hacíamos notar que los políticos no entran dentro de lo que socialmente se consideran intelectuales. ¿Será por falta de calificación o porque cumplen otro rol? ¿Tendrá por asidero ese dicho popular, "el que sabe, sabe, y el que no sabe es jefe"? O, quizá, sea un mandamiento del catecismo antipolítico y de la "moral" (dejo a cada uno la elección de la cantidad de comillas) que lo sustenta? En realidad, en este último caso, se trata de un ocultamiento: suelen desplazar al político entronizando a un "tecnócrata", entiéndase por esto a un funcionario, por lo general con formación económica, que ejecute el diktat elaborado por el poder. Suele argüírse (aclaro que no hablo de Berlusconi) ante crisis complejas, que la solución viene de parte de gente que ostenta un saber técnico, esto es, ciencia económica aplicada en forma pura, "racional", para ordenar...los mercados, y corregir vicios tales como por ejemplo, qué va a comer la población, cómo se va a educar, qué acceso a la salud podrá tener.
Bueno, otros creemos que la cosa va por otro lado. Ya alguien difícilmente encasillable como revolucionario, como fue Platón, hace unos 25 siglos decía que el gobierno no debería ser ejercido por un economista, porque, en términos modernos, no gobernaría, sino que administraría. Cosas distintas, si las hay...
Habíamos mencionado una omisión fundamental en el primer escrito: el para qué. Lo decimos ahora: concebimos al intelectual como aquél que se anima a pensar para lograr la transformación de la realidad. Aquí es donde se anuda realmente la idea que el saber es una construcción colectiva, que requiere necesariamente despojarse del narcisismo y que, al fin encuentra una finalidad: la de la mayor felicidad para la mayor cantidad posible de personas.
¿Qué es esto? ni más ni menos que la definición de política que tenían los griegos hace 2.500 años. ¿Será ésta la razón por la que intelectualidad y política suelen aparecer divorciadas?
Han quedado, indudablemente, muchas cosas por decir: hablar más sobre el mercado del conocimiento y sus técnicos; de las relaciones del sujeto con el saber, de la relación entre saber y poder; del derecho al acceso del conocimiento, y, obviamente, del rol que el Estado juega en esto, pero vale como punta para seguir pensando.