Vivimos en una época de pantallas; estamos habituados, ya de modo casi mecánico, a percibir el mundo y la realidad, filtrados por nuestras pantallas.
Las imágenes han ido ganando cada vez más terreno, y ciertos medios, como el televisivo, se tornaron conquistadores de los hogares. Conquista que no por incruenta dejó de ser eficaz en la transmisión de ciertos discursos, en el modelamiento de corrientes de opinión funcionales a determinados intereses económicos y políticos.
Así, para muchas personas, y con las variaciones propias de cada singularidad, estas pantallas representan el escenario donde se despliega el espectáculo del mundo.
Como todo espectáculo, ha de tener guionistas, intérpretes que compongan los personajes y, por supuesto, espectadores.
Habitualmente, quien escribe los guiones no aparece ante la vista de los espectadores. Es decir, éstos suelen tener un conocimiento difuso, mínimo o hasta inexistente del primero. Será el guionista quien generará los libretos, el texto que ha ser interpretado.
Podríamos arriesgar la hipótesis que quien crea el espectáculo está, en el mismo acto, creando al espectador.
Tomemos el ejemplo de los canales de noticias, paradigma del espectáculo del Siglo XXI: una nota cualquiera, sobre un tema común, por ejemplo, la inseguridad. La imagen mostrará al movilero, micrófono en mano, expresión grave, ensamblará un discurso ante la cámara, rodeado de “vecinos preocupados, pero alegres de salir en TV” de modo tal que, lo que los había convocado para testimoniar sobre un caso en particular, deviene un universal: “nos están matando a todos”.
Imagen con pregnancia, identificación al semejante que sufre lo que a mí me podría haber tocado. De esto se ocupan los zócalos y los comentarios, tanto verbales como gestuales, de los presentadores.
Pero no sólo ocurren estas cosas con lo que podríamos llamar “dramas personales” ligados a inseguridad. A veces hay hechos con consecuencias colectivas, como la utilización de parte de los fondos jubilatorios dedicados a sostener el nivel de empleo (por el cual se pagan las jubilaciones) rebautizados como “manotear la plata de los jubilados”, como si las R.I.P. AFJP hubieran sido garantía de un retiro digno. O el uso de parte del excedente de reservas del BCRA para bajar intereses de una deuda externa que, guste o no, nadie dejará de pagar.
En estos casos, suele aparecer un “experto”, por lo general con alguna responsabilidad en la generación o el incremento de dicha deuda, que pontifica sobre cuestiones tales como “generar confianza para que vengan inversiones”, criticar la “inseguridad jurídica” cuando tímidamente se intenta impedir algún expolio mayor como el que existía con los fondos de pensión, que terminaba pagando el estado para poder otorgar una jubilación mínima, y una larga lista de etcéteras.
Lo importante es que el show funcione, y en continuado. Porque el modelamiento de opinión supone una secuencia ininterrumpida, una continuidad en el tiempo y los temas que lo torne un mosaico homogéneo:”las posibilidades del desarrollo del país están ligadas a la libertad de los mercados y a la confianza que generemos en los inversores extranjeros”. En términos infantiles, lo bueno es lo privado y desregulado, lo malo es la inversión pública y un estado soberano, tendiente a una distribución más equitativa de la riqueza, aunque sea gradual, paulatina.
Al fin y al cabo, que en la era del espectáculo alguno de los significantes que más se escuche sea “escándalo” es un estricto acto de coherencia. Si alguien ve al hambre como escándalo en vez de cómo tragedia, es porque está mucho más interesado en el espectáculo del hambre que en su erradicación definitiva.
Concentración empresarial mediática, defensa corporativa de intereses comunes, el empeño del zapping muestra un abanico homogéneo, ley de medios y “otro avasallamiento”, esta vez a la libertad de prensa (entiéndase: negocios de empresas periodísticas). Aquí surge la figura del autoritarismo que sofoca las voces críticas, al periodismo independiente (me cansé de encomillar).
La apuesta fue crear un espectador indignado por la situación de inseguridad, a quien le robaron hasta sus fondos jubilatorios y a que además sojuzga al último baluarte que defiende sus derechos: la prensa independiente, por parte de los corruptos y soberbios que se niegan al consenso (más o menos, de acuerdo a las diferencias estilísticas de quien lo repita).
Esto implica, ni más ni menos, hacer de la opinión pública, una marioneta de los intereses privados. La supuesta libertad del pueblo es la de ser hablado por Otros.
Y es también la libertad de ser rehén de los negocios del Otro.
Calendario mediante, llegó el Bicentenario. Y acá es realmente donde empieza otra historia.
En un escrito anterior, Bicentenario y Singularidad, previo a los festejos, nos preguntábamos sobre qué se festeja del Bicentenario, y la conclusión a la que llegamos fue que se festeja la constitución del Nosotros en tanto sujeto colectivo, dándole a lo emocional el espacio que indudablemente merece. Aún dentro de la diversidad, hay en común ese ser argentino, que fue lo que el pueblo rescató en la calle, y justamente esta unión de diferencias lo constituyó en festejo popular.
Lo sorprendente, lo terriblemente emocionante que nos invadió a todos fue el abandono –circunstancial, pero real al fin- de la primacía de la pantalla: allí, poniendo el cuerpo en esas calles atestadas de gente, el pueblo dejó de ser espectador para devenir protagonista. No es casual que haya sido esta fecha la convocante para semejante fenómeno: es ni más ni menos que el conmemorar nuestro mito de los orígenes.
Uno de los aspectos que más impresionó fue el de, sobre un fondo de violencia siempre a punto de desatarse con la que nos bombardean los medios, simplemente nos unimos millones de personas para festejar en paz, junto con nuestras familias. Fue un golpe durísimo al terrorismo de opinión.
No nos ilusionamos pensando que la participación masiva implica necesariamente una conciencia política multiplicada, pero quizá constituya un síntoma temprano, un movimiento tendiente a des-alienarse, a dejar de ser espectador obligado del discurso único.
Romper con ese lugar de pasividad, lugar del que, sentado simplemente, mira como otros le construyen su propio universo, ese es el fantasma que vacila. El único seguro contra los espejismos de las pantallas es el de conocer los presupuestos que las animan, las ideologías que las conforman, los discursos que las sostienen. Dado que la realidad es una construcción, será el aporte de la diversidad lo que nos enriquezca, lo que nos permita redescubrir que otra escena es posible, porque la historia no está escrita de antemano.
Ocupar la escena es ocupar ese lugar simbólico del protagonista, ese sujeto constructor del Nosotros. Un Nosotros que con jovencísimos 200 años está dando sus primeros pasos. Podría ser, quizá, el Bicentenario la piedra basal para el retorno a los ideales del Mayo de los orígenes, para reescribir el texto de nuestro común destino: solidario, liberador, igualitario, dignificante.
8 comentarios:
Epa compañero, excelente reflexión. Los reboltosos de Mayo parieron al generla reboltoso que parió a los reboltosos que hoy nuevamente paren aquella revolución.
En cuanto a lo de show que usté meciona, las marchas a favor de los abusadores en Villegas es un ejemplo de manipulación, si ellas, no había morbo, pues no podían mostrar los videos. Ete ahí una transformación del guión.
Muchas gracias por su compañerismo Coronel, me alegro que le haya gustado. Le mando el abrazo de siempre.
Excelente. Te puse un comentario en La Cooperativa.
Con respecto a las imàgenes no es Giovanni Sartori quien esbozó la idea de que ahora los seres humanos somos homos videns en lugar de homo sapiens ?
Un abrazo
Y los noticieros son shows, entretenimiento, no "informativos" -recuerdo a un tío abuelo que me decía: poné el informativo-.
No se puede pensar las noticias si es todo imágen y cambio de tema cada 2 minutos. No existe posibilidad de análisis alguno frente a eso.
Muy bueno el post.
Un abrazo.
Eva: lo leí, muchas gracias.
Javier: no sé la respuesta a tu pregunta, pero que tuvo razón, no hay dudas
Ricardo: y sí, recordemos los noticieros de hace no hace tantos años, y veámoslos en relación a los de ahora...
A todos: siempre, un día después de haber escrito algo, aparece lo que hubiera sido -para mí- el remate satisfactorio: que la fiesta popular del Bicentenario, TN la vió por TV.
Gracias a todos por estar acá.
Muy buenas reflexiones, "Sujeto". Para Javier: Correcto, fue Sartori en su "Homo Videns", publicado, si la memoria no me falla, alrededor del 2002.
Hola Rubén: gracias por el aporte y tu comentario.
Un abrazo
Publicar un comentario